"Reflexiones en tiempos de aislamiento: Diez días de introspección"
En nuestro hogar hemos decidido sumergirnos nuevamente en la lectura de Cien Años de Soledad, la célebre obra de Gabriel García Márquez, antes de aventurarnos a ver su adaptación en Netflix, como están haciendo tantas personas alrededor del mundo durante estas festividades decembrinas. No tengo claro qué impresiones me dejará la versión cinematográfica de esta entrañable novela; soy consciente de que ha suscitado opiniones divergentes. Sin embargo, por encima de todo, valoro el pretexto que me ha brindado para redescubrirla una vez más.
El paso por estas páginas me ha llevado a entender mejor la respuesta que muchos escritores veteranos suelen ofrecer a la pregunta sobre el tipo de lecturas que hacen en sus años postreros. “No leo, releo lo que leí años antes”, dicen, palabras más, palabras menos.
Un observador joven y malicioso podría atribuir tal inclinación al incipiente Alzheimer que llevaría a leer como si fuera nuevo un texto por el que ya pasaron años antes. Pero creo que son otras las razones. Una, la obvia noción de que la fecha de caducidad se aproxima y las horas de lectura ya no son inconmensurables, provoca una mayor exigencia sobre la calidad de la literatura en la que invertimos el tiempo. A los treinta o cuarenta años podemos darnos el lujo de explorar, de consumir novelas buenas, malas y regulares. Con la vista cansada y la exigencia que impone un gusto que mal que bien se ha refinado, en cambio, las inconsistencias de la experimentación son prohibitivas.